La
raíz de la guerra
de
Nápoles
hay que buscarla en el transcurso de la guerra civil catalana, donde
Juan II de Aragón cedió al rey francés Luis XI los condados del
Rosellón y la Cerdeña; pero en 1493 los condados fueron devueltos a
España por Carlos VII, en el tratado de Barcelona, a condición de
que Fernando no interviniera en Italia. Así las tropas francesas,
con su rey a la cabeza y un séquito de nobles, los cuales
amortizaron la empresa, tomaron Nápoles. Los demás príncipes de
Italia temieron que la toma de Nápoles se extendiera por el resto de
la península itálica. Pero fue el rey Don Fernando, quién enviando
a Lorenzo Suarez de Figueroa a Venecia y a Juan Deza a Milán, el que
provocó una unión de estados contra el invasor francés. También
se trajo a los ingleses hacia su causa con pactos matrimoniales. La
alianza anti-francesa estaba formada, tan solo faltaba cubrir los
gastos, para lo que se constituyeron Cortes en Castilla y Aragón, a
las que asistió el mismo rey. La Liga se hizo llamar Santa tras la
incorporación del Papado; duró 25 años y entre todos juntaron un
ejercito de 34.000 a caballo y 28.000 infantes. Su objetivo a ojos
del resto de Europa era el de defender la Iglesia y sus estados.
La
armada española se reunión en el puerto de Mecina, dirigida por el
Duque de Trivento. Allí acudieron Don Alonso y Don Fernando, Gonzalo
Fernández de Córdoba tardo algunos días debido a problemas con la
tripulación. Este último tuvo algunas contrariedades con el rey
debido a que Gonzalo pretendía mantener posiciones en la región de
Calabria, gobernada por el señor de Aubeni, capitán francés, la
cual estaba casi ganada y el rey quería llegar cuanto antes a
Nápoles para encontrar en la ciudad al rey francés.
Finalmente
fueron a Semenara, donde tenía acorralados a los franceses, pero las
derrotas a manos de Aubeni provocaron un rápido cambio de idea, con
lo que las tropas se dirigieron hacia Nápoles. Gonzalo Fernández se
fue a otras partes de Calabria, donde se apoderó de varias plazas.
Mientras el rey, con 60 naves y partiendo de Mecina, llegó a
Nápoles.
Los
señores de Persi y de Aubeni se pusieron de acuerdo para que el
primero se fuese al encuentro del señor de Mompensier en el
Principado, donde harían la guerra, y el segundo se quedase en
Calabria. Con esta estrategia los franceses no encontraron obstáculo
alguno y se hicieron señores de los territorios que encontraban en
su camino llegando incluso a cobrar aduana a los ganaderos. Los
franceses se estaban haciendo fuertes y era importante hacerles
retroceder. Así, a petición del rey, Gonzalo Fernández tuvo que
abandonar la región de Calabria y acudir a la cabeza de la guerra,
dejando en su puesto al cardenal don Luis de Aragón, primo hermano
del rey. Mientras tanto los Franceses habían puesto cerco a
Jerecelo, a diez millas de Benevento, y el rey, como respuesta,
también puso cerco a Frangito, donde había una guarnición
francesa. El rey entra en la villa y la quema, ya que no puede perder
tiempo en saquearla. Con los ejércitos a la vista, cada uno en un
cerro, separados por un valle, el rey no intento atacar hasta que sus
fuerzas no fuesen superiores, momento que pasaba por la llegada de
Gonzalo Fernández. Pero ante la entrada del ejercito francés en
Atela, un pueblo cercano, tuvo que entrar en conflicto. Cuando
Gonzalo Fernández llegó junto al rey, este había perdido la plaza
principal. El recién llegado observó la disposición de aquel lugar
y ordenó acometer contra la guarnición francesa que guardaba unos
molinos, acabando con sus víveres. Tras esta inteligente acción,
Gonzalo Fernández pasaría a llamarse “El Gran Capitán”.
El
cerco se apretó dé tal manera que el señor de Mompensier, de
Ursino y Persi acordaron rendirse si en treinta días no recibían
ayuda de Francia, y a cambio el rey español les permitiría marchar
tranquilos. Pero el final que lo sfranceses habían programado fue
diferente, Mompensier falleció debido a una enfermedad, y Ursino,
por mandato del Papa, fue ejecutado. El gran Capitán obligó a
Aubeni abandonar Calabria, aconsejándole que sería mejor volver
cómo un valiente caudillo con poca fortuna y no correr la misma
suerte que sus compatriotas. Por
lo de Nápoles el Papa dio sobrenombre de “Católico” al rey de
España.
En
una segunda
etapa de la guerra de Nápoles
Fernando el Católico se enfrentará a Luis XII, a causa de la
ruptura del tratado (Granada 1500) con el que se repartían del reino
Napolitano. El rey Francés se sintió agraviado por el “injusto”
reparto ya que le habían tocado las provincias que menos fuerza
económica tenían; pero el rey Español entendía que le habían
tocado buenas tierras. Así la guerra volvió a llamar a los antiguos
protagonistas. El Gran Capitán se apoderó de la villa de Tripalda,
a 30 millas de Nápoles, al igual que otros capitanes que se
apoderaron de las villas de alrededor. Como represalia el rey francés
embargó los bienes a los españoles que vivían en sus tierras
italianas. Además el rey mandó de nuevo 1000 suizos y 200 lanzas
para hacer frente a la acometida española. Se apoderaron de Canosa,
perdida por el capitán Pedro Navarro, y Quarata. Todo ello a 12
millas de Barleta, lugar donde se encontraban los hombres del Gran
Capitán. Pero continuó siendo una guerra de desgaste y en Quarata
se les agotó los víveres y el agua, por lo que abandonaron el
pueblo no sin arriesgarse a entrar en batalla con los soldados de
Barleta, cosa que sucedió, perdiendo gran número de hombres. Debido
a ello los ejércitos franceses en Italia recibieron la ayuda de 1000
suizos y 400 lanzas más. Igualmente los españoles recibieron ayuda
con 2000 alemanes, y una armada llevada por Bernardo de Vilamarín,
con 200 hombres y jinetes. Pero las peticiones del Gran Capitán
aumentaron el contingente en dos armadas más: una de 400 lanzas, 200
hombres y jinetes, y 300 infantes, bajo las órdenes de Manuel de
Benavides; más tarde se envió al resto de la armada con 300
hombres, 400 jinetes y 3000 infantes, dirigidos por Luis
Portocarrero, señor de Palma.
Con
todo este potencial militar es normal que los gastos de la corona
ascendiesen a cifras abultadas, solo en temas de guerra; también es
normal que el rey acudiese a las Cortes tan asiduamente. Pero la
situación en Calabria había empeorado, y se debía responder con
premura a los ataques galos.
Era
tanta la importancia que el rey francés concedía a Calabria que el
número de caballeros aumentó; entre ellos destacaban de la Paliza,
de Alegre, de Arsi, de Nemurs y Aubeni. La acción fue inminente a
sus llegada, de Nemurs tomó Taranto, viniendo de Matera, sin ningún
impedimento en su camino, y desde allí se encontró con Aubeni en
Bari, para ya encaminarse a Calabria o apoderarse de Bitonto.
Mientras en el lado español el Gran Capitán tenía conocimiento de
que su petición de ayuda habían llegado al puerto de Mecina. Manuel
de Benavides llegaba con Antonio de Leiva, capitán muy tenido en
cuenta, los cuales se pusieron en camino hacia Melito, lugar donde se
encontrarían con don Hugo, hijo del Conde de Golifano. Desde allí
se dirigirían a Cosencia, no sin antes haber tenido algún encuentro
violento con soldados franceses.
Los
combates se sucedían y las campañas eran largas, con lo que de
nuevo surgió la idea de cobrar aduanan a los ganaderos, en la Pulla
concretamente, tanto a franceses cómo a españoles. Nemurs obtuvo el
monopolio de esas aduanas destruyendo el puente que cruzaba el río
Ofanto, a 4 millas de Barleta, donde estaba el Gran Capitán, con lo
que dificultaba la llegada a esa región. Mientras, el señor de
Aubeni sacaba de Terranova a Antonio de Leyva apoderándose de la
ciudad, antes ya tomada por don Hugo y Juan de Cardona. Estas
acciones llevaron gran fama al señor de Aubeni y consiguió que casi
toda la región de Calabria apoyara su mando.
A
pesar de conocer la llegada de Nemurs, el Gran Capitán, no quiso
entrar en batalla hasta que los alemanes llegaran, pero la falta de
abastecimiento le obligó a reaccionar. Envió diversas compañías y
escuadrones a las comarcas de la región, entre ellas la comandada
por el comendador Mendoza que fue enviado a Labelo, donde tenía
cierto control de los ganados que cruzaban la aduana. Ahora con
víveres (además de ganado recibían el trigo que llegaba al puerto
Siciliano), el Gran Capitán pudo entrar en batalla con los
franceses; la primera acción importante fue derrotar al señor de la
Paliza y apresarlo en la localidad de Rubo. Tras este palo a los
franceses, el Gran Capitán, deseoso de acabar con esta guerra,
ordenó una redistribución de las fuerzas: Milamarín permanecía en
el puerto de Mecina para guardarlo ( Luis Portocarrero llegaría
después para apoyarlo), Benavides, Luis de Herrera, Pedro Navarro, y
el obispo de Mazara deberían acudir a Barleta para encontrarse con
el Capitán. Nemurs también pensó en agrupar las fuerzas ante los
reveses sufridos, pero no fue escuchado, provocando consecuencias
nefastas: Arriaran pasó a cuchillo a los franceses de Manfredonia,
Luis de Herrera y Pedro Navarro mataron a otros 200 en Grutallas y
prendieron 50 en Taranto, Lezcano y los dos anteriores derrotaron y
apresaron al marqués de Bitonto... y otras victorias que dejaron
tocada la moral francesa e indujeron algunas alianzas con los
señores, marqueses (el marqués de Vasto) y ciudades (Abruzo,
Aguila, Capua, Castelamar, Aversa, Salerno,...) de la región.
El
fin de la guerra estaba cerca, pero ese fin pasaba por derrotar
definitivamente a las dos cabezas militares más importantes de
Francia: el señor de Aubeni y el duque de Nemurs.
Luis
Portocarrero llegaba por fin a las costas de Mecina, y desde allí a
Rijoles, para hacer la guerra por la Calabria, conforme a las órdenes
que traía de España. Aubeni, tras la aclamada victoria y por causa
de escasez de alimentos, decidió recogerse en Girachi. Portocarrero
entró en campaña y mando algunos capitanes a Terranova, desamparado
por los franceses; Aubeni salió a ubicarse sobre ellos hasta tal
extremo que se vieron escasos de víveres, por lo que Portocarreño
mandó a Fernando de Andrada a socorrerles por tierra y al almirante
Vilamarin, que colocó sus galeras frente a Ioya, para hacerlo por
mar. Llegando los españoles a Semenara el francés levantó el
asedio retirándose a los Casales. En Semenara se reunió un gran
número de soldados capitaneados por Benavides, de Leyva, Gonzalo
Dávalos, don Hugo y Juan de Cardona, dispuestos a dar en retirada al
francés; pero la muerte de Portocarrero, debido a unas fiebres, y el
nombramiento de Fernando de Andrada, estuvo a punto de provocar un
enfrentamiento entre los capitanes, pues don Hugo y don Juan de
Cardona anhelaban ese “honor”, y con ello devolver la ventaja a
los franceses; gracias al leal servicio del rey y al pundonor,
ninguno de los dos interpusieron sus codicias a la “codicia”
española. Además de este problema surgían otros de consecuencias
previsibles, así como los motines causados por el no pago de la
soldada, y la consiguiente no entrada en batalla. Pero este problema
se solucionaba con la venta de las joyas por parte de los capitanes
que obtenían de los botines, el pago de las poblaciones (para evitar
el saqueo), o el mismo saqueo cuando una de las otras dos fallaba.
Aubeni,
también cansado de esta guerra, decidió salir a plantear combate
con 300 hombres de armas, 600 caballos ligeros, 1500 infantes y más
de 3000 villanos. Los españoles salieron de Semenara con 800
caballos y 4000 peones. Ante tal número los franceses decidieron
retirarse a Ioya, pero con ellos se vinieron los españoles. Cercados
solo pudo dar palabras de ánimo a sus hombres:
“Si
contra ejercito tan pujante, y capitanes los más valerosos de Italia
salisteis con la victoria, distes muestra de la ventaja que hacen los
franceses a las demás naciones; será razón que contra unos pocos y
mal venidos soldados perdáis el ánimo? Perdáis el prez y gloria
que poco há ganastes? No lo permitirá Dios, ni vuestros corazones
tal sufrirán; morir si, pero no volver atrás; acordaos de vuestra
nobleza, del nombre y gloria de Francia”.
Al
amanecer, franceses y españoles, tomaron el campo al son de sus
trompetas y tambores. Los segundos decidieron parecer en retirada y
subieron río arriba, provocando un ataque atropellado y desordenado
de los franceses, al igual que su artillería, creando escasos daños
en las guarniciones españolas. Enseguida los españoles arremetieron
por la izquierda con su infantería, por la derecha con sus caballos
y por el centro los hombres de armas, acabando con la caballería
francesa. Esta reacción inesperada provocó la huida del segundo
escuadrón francés que iba a pie. Encerrado en Ioya, el de Aubeni,
junto con sus capitanes, se rindió.
Mientras,
en el otro frente, el Gran Capitán volvía a tener problemas de
aprovisionamiento con lo que decidió salir al encuentro del enemigo.
Decidió ir a Ceriñola, un pueblo situado a 6 millas de toda la
guarnición francesa. Fabricio Colona, Luis de Herrera y Diego de
Mendoza le acompañaban. Por el camino soportaron un gran número de
contratiempos, cómo el calor, la escasez de agua, la gran distancia
que tenían que recorrer y los ataques franceses (de entre ellos
destacaba el duque de Nemurs). Ya alcanzada su meta la contienda
comenzó. La artillería causó más daños a los franceses, clave
para que los arcabuceros alemanes y la infantería española
triunfara, el Gran Capitán cerraba la retaguardia para que la
victoria fuese completa. Los señores y duques fueron presos o
murieron, al igual que murió el duque de Nemurs. La
Calabria iba a ser un paseo militar hasta Nápoles.
El
Gran Capitán convenció a la ciudad de Nápoles que capitulara
pacíficamente pues iba a ser tratada con cortesía. Y la ciudad de
Nápoles se rindió al Gran Capitán. Todo fue refrendado en el
tratado de Lyon (1504) donde el monarca católico se convertía en
monarca del Reino de Nápoles.